sábado, 18 de julio de 2009

Despertar del sueño acuático

El aire está salado... Es por esto que tengo tan mala suerte. Sabía que vivir a la orilla del mar no me traería cosas buenas, ahora mi casa está inundada de peces que navegan en los vasos recién lavados y ollas al enfriarse la sopa (no niego que se ven lujosos los tapetes de algas y estrellas, o bueno, aquello que se ha convertido dentro de esa mínima extensión de agua que se ha colado por las ventanas) la forma de mi hogar es como la de un huevo, y a veces despierto creyendo que nací en un nido, pues la antena del techo simula ser como el ala de una ave. Pronto caigo en el subsuelo de la realidad, la primera superficie se encuentra en el cielo, allá, con las aves de verdad. No manifiesto molestia alguna, me he acostumbrado al sabor de la sal, evito en múltiples fracasos alejar gatos negros, no es que miles anden rondando por ahí, es que cada que los veo es imposible no embelesarme con ellos. Tampoco diría que soy supersticioso... El montón de dijes y amuletos contra las malas vibras como que no funcionan, ya los intenté. El aire está salado, mi casa es como un acuario de segunda calidad con ingeniosas ideas de diseño... Observo hacia un lado y otro de la realidad: despejado, sin alas, han emigrado a otra parte inclusive los ángeles, quizá... La antena yace en el suelo, no me di cuenta de cuándo ocurrió la tempestad, o el nacimiento del ave cuyo sueño habitaba en una playa dentro su cascarón, en lo alto de una palmera donde ha caído una tormenta, dejándole en soledad y a mí sin un sueño.

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