lunes, 8 de octubre de 2012

A ti, hoy eterno

No es fácil soportar tu ausencia, pese a la sonrisa y actitud de normalidad que he mantenido desde tu partida. Y dijera yo "tu partida", cuando en realidad te arrebataron cruelmente de nuestro lado. Qué dolor de boca y oídos, de inmenso mar que no encuentra más vacío que el corazón latente, preso de su atroz supervivencia. Este seguir más sin tu sonrisa, el pulsátil timbre de tu voz, los días en aquella esquina, la nula austeridad de tu sombra. Mira, que de tan único se pausa el día con el sol naciente, la breve noche con la primera estrella. Cuando allá, en lo alto, advierten que irás a ocupar tu sitio tras un prolongado ciclo de buscar misterios, ¿quién hubiera sido profeta para suspender el transcurrir del tiempo? Porque, dime: ¿cómo hemos de dejar sin aliento a las flores, cuando todas ellas te brindaron sus pétalos de esencia? ¿Qué decirles al imaginarte ahora, conquistando más allá de su órbita, todo cuanto es maravilloso y que no alcanzarán jamás a idealizar nuestras nimias utopías?

Me ha invadido el enojo. Apenas he dado lugar a la amargura. Quiero ser fuerte por ti, por nuestra madre y tus pequeños hijos. Este coraje quisiera desatarlo contra ti cuando sea la hora, pero ahora lo único que queda es colapsarme con la imagen y el nombre de ella. ¿Por qué, por qué decidió terminar así? Siento un enojo tan triste, una tristeza cortante, un agónico pensar de las palabras, una lenta tortura en los dedos. El corazón desbordante de vacío y mil cosas existentes.

Quiero pensarte como el hermano que nunca soñé, porque siempre te tuve y seguirás a mi lado, aunque la distancia se ufane en decirme lo contrario. Ella no impedirá que, de vez en vez, continúe escribiendo a tu nombre y navegue entre mis recuerdos y tus mil aventuras fantásticas, allá... en la eternidad.

Te amo, hasta la siguiente carta.

jueves, 19 de abril de 2012

De las vueltas

Algunas semanas atrás, muchos aspectos de mi vida seguían en la misma frecuencia, sin mutación alguna desde hace un par de años. Especialmente hoy, puedo decir que esto ha cambiado. Ahora ya no sé con exactitud la dirección de mi hogar por sencilla que sea, ni menos la del trabajo en que me han aceptado. Pero esto no es ninguna frustración, sino todo lo contrario. He sido muy feliz (pese a la incredulidad) con cada logro que, no teniendo otra forma de plasmarlo para la posterioridad, lo he ido manifestando aquí... exespacio de amarguras y demás cosas estrafalarias. Es cierto, tuve que dar muchas vueltas para librarme de los temores que me impedían dar grandes zancadas y de muchos fantasmas del pasado. Pero si no hubieran vueltas en el camino (por no decir un gran listado de lo que dicha metáfora implicaría) buenas o malas, yo no sería como ahora... distinta. Permanecer en la espera para tener una razón de escribir algo como esto, finalmente, me ha mantenido alejada. Ya los cambios dirán si tendré tiempo de contar las nuevas experiencias. Mientras seguiré en los redondeles donde estoy, sin perder el equilibrio.

martes, 14 de febrero de 2012

De ayer y la taza verde

Esta mañana me acompaña mi taza verde, señal única de que te puedo sentir cerca de mí. ¿Y cómo no habría de ser así, si me remonta al ayer en que te conocí? El café que tomo en ella se diluye no tomado a sorbos, sino en absurdos suspiros que me alertan: ¡eh, no escupas que estás en el trabajo!, y regreso al triste aquí. Pero la volteo a ver nuevamente y contemplo en ella las mañanas aún nubladas, las disimuladas sonrisas al llegar cada quien, las sorpresas, el asalto cometido (por mí) de esta taza que te pertenecía, la amistad forjada hacia este paraje apasionado en el que estamos inmersos desde ese ayer que, no sé si por la fecha, tal vez, pareciera rehacerse de forma nítida, trazando tu rostro en el humo que del café fluye. Gracias por permitir robar lo que aparentemente, y muy a final de cuentas, sería una especie de portarretrato fantástico (como tú). 

domingo, 12 de febrero de 2012

María...

Ése es su nombre. Tal vez pudo haber muerto hace tiempo y tras ello nos hacen creer que algo queda, como el recuerdo. Pero no su forma, ni aquellas manos que siempre nos tenían bien sujetas -por el miedo, quizá- de que tal vez nos perdamos y sus ojos no alcanzaran más a vernos. Sus ojos siempre llenos de juicio y disimulada ternura. El paso lento mezclado con el golpear del bastón. Oír su voz. Saber todas esas historias. Compartir el tiempo. En este momento tal vez debería estar escuchando la misa que se hubo de hacer en su memoria. Pero no quiero estar triste ni intentar descifrar cosas que, como estas, a veces no entiendo ni acepto por ingenua, como hoy. Ella tampoco lo quisiera y sé que de ser posible ya me estuviera jalando de la oreja. Sin embargo, bien sabe que a veces las cosas me son difíciles... porque, en mí, no simplemente quedó un concepto echado sin más al diccionario y que se toma para referir algo especial en ciertos casos. La imaginación me lleva a pensar que al fin es libre de hacer cuantas cosas quiso hacer, como viajes o poder regresar a los mejores momentos que alguna vez tuvo, cuantas veces quisiera (por extraño y absurdo que parezca). Realmente no quiero dar justificación alguna. Quiero hablar y escribir hasta el cansancio sobre ella, imaginar sin más sentido que el mío. Porque, posiblemente, en uno de esos recuerdos estoy yo. Eso ya no me hace sentir tan sola. Es inútil pensar que fue lo mejor y dejarlo así, sin más. Pocas veces me he dado realmente a la tarea de evocarla tanto como ahora. Soñarla nunca he podido. Sería lindo soñar que vamos juntas al mar a tomar el café bajo una brisa matinal. Así podría despertar y seguir de nuevo con el mundo como hasta ahora, pero feliz.