jueves, 15 de enero de 2009

El amargo sabor del café...

Es como si se pudiera beber la vida: amarga y placentera a la vez. Inhalar la líquida semilla, perdida con el último pensamiento masoquista: poder ser café. ¿Por qué, si habremos de ser consumados? Desaparecer como un frasco estrellado en mil fragmentos, una taza cuyo arte se ha esfumado por un descuido improvisado. Ser la vida al ritmo del incienso, detener palabras por un instante, mirar atento la confusa cara de aquel que se encuentra en el fondo de la misma taza. Primero se sorbe la vida, se piensa en el mejor intento, y luego... todo se evapora en mil pedazos.

miércoles, 14 de enero de 2009

Y allá va, sola, la estúpida perra caminando

Una de esas noches de malestar, se me fue encomendada la tarea de encontrar la medicina al dolor. Tomé por guardias al perro y a la perra, en espera de derrotar al mal en inadvertido encuentro. Caminando por la cálida y engañosa acera íbamos los diez pares de pies entre la noche oscura. Se iluminaban como ráfagas curiosas las luces de los carros al irse por la infinita carretera. Cruzamos calles, y un parque. El parque bastó para terminar con aquel encanto que hasta entonces me inspiraba. El par de canes se arrojaron al frío pasto, en amante caricia traicionera. Una debilidad más, engendrada en lo profundo de mi retina: ver todo borroso al caer la tarde. Los busqué tras concluir el encuentro de la cura encomendada, indefensa ante el mal inadvertido. Tras resignarme a la derrota ante todo mal indicio, a lentos pasos salí de la espesura. Y allí la vi, y allá va sola, la estúpida perra al terminar la calle. La maldigo con tanto cariño comprimido, que en ese instante la furia apagaba todo candor. Llego a la puerta del dolor oculto, y él está sentado, en sus cuarto patas, con culpa y desahogo de encontrarme. Doy fin a la tarea, y ahora me encuentro aquí, recordando cada instante en que sufría.

miércoles, 7 de enero de 2009

Venus y la torre de luz

A través de la ventana se veían una serie de torres solitarias. Oscurecía, y eran aquellas torres las únicas que se veían, por su forma de separar triángulos entre redadas de algo desconocido. No se ve, pero en una torre, cuya luz ilumina alguna parte de terreno, hay un pájaro azul de naranjas patas y dorado pico. Él permanece en el borde de la torre, bajo la luminosa luz roja. Quiere alcanzarla. El mar quedó atrás, se empiezan a ver las luces de la ciudad que han anunciado la noche. -De pequeña, al sentarme en un escalón a la puerta de mi casa, podía ver una luz, una luz roja. Creía que era un planeta, una estrella que concedía deseos... deseos nunca logrados. Miro la torre y prosigo: nunca supe para qué funcionaba. Él me mira, y me dice: ¿acaso no era Venus...? Sonríe, sonrío. Y tristemente sólo le digo: si serás malo... . Aquel pájaro azul también tenía un deseo: poder besar una estrella. Así que extendió sus alas y se dirigió hacia la luz. Al tocarla, vio que no era una estrella, y lloró amargamente. Fue entonces que Venus le brilló dulcemente y le concedió sus labios. Tras sonreír quedamos en silencio.

El palomo que quería ser perro

La paloma se prepara para el vuelo. Mira hacia abajo: muchos carros y gente. Esta paloma (que más bien es palomo) tiene cierto miedo a volar: habría preferido ser un perro. ¿Por qué? No lo sabe, quizá porque los mira tan seguros en la calle con sus cuatro patas, ignorados o a veces apreciados por la gente. Ellos, por ejemplo, no pueden pasearse por las calles sin temor a ser aplastados o asustados en propósito por los niños. Es por esto que se les ve siempre en los techos, solitarios o en parvada, pero lejos del suelo. Este palomo odiaba todo aquello. Su familia había muerto de formas muy extrañas: se dice que su tío murió a causa de ser atropellado por un avión, pero algunos dicen que se fue a vivir a las playas. Su madre cayó de un anuncio de pollos porque tenía fracturada un pata, y su padre fue aplastado por un carro. No tuvo hermanos, y por tanto el palomo era muy solitario. Un día salí con el gran (torpe) perro blanco a la tienda. Un hombre que suele estar espiando de noche le llamaba "¡palomo!" y el perro, con cara de confusión sólo le miraba. El palomo (de alas y que por allí se encontraba) volteó sorprendido hacia donde creía aquel hombre le llamaba. Un error: estaba a media entrada del estacionamiento y un carro lo aplastó. Sólo tuvo un momento, antes de morir, para pedir un deseo: en la próxima vida ser un perro. Salí de la tienda y vi al pájaro muerto. Volteé la mirada y vi al perro picoteando en el suelo. Entonces el hombre me dijo: "¿a que no era palomo...?" Y de allí en adelante el gran palomo de cuatro patas suele caerse al suelo y hurgar en la basura, ignorando la comida de perro.

sábado, 3 de enero de 2009

Cicleto y su mundo

Acababa de reventarse la burbuja de jabón que había volado de su cabeza de caramelo. Las ideas no viajaban en nubes de algodón, sino que dormían bajo su cabeza por las noches. Aquel día había decidido dejar ir algunos sueños durante el baño, tras llenarse todo de lodo. La última burbuja hizo eco en sus oídos.

Cicleto era un niño que imaginaba ser una bicicleta. A gran velocidad dejaba todo detrás.

A veces se refugiaba en el azul de Darío.
A veces simplemente vivía su mundo.
A veces despertaba horrorizado.

Porque imaginar es un pecado...

Y llenarse la cabeza de caramelo como encubrimiento de sus temores en el pantanoso mundo en se encuentra despertado.

viernes, 2 de enero de 2009

El confesor

Está el padre en el confesionario de sombrío pasillo. Ella me susurra al oído: "confiésate" y yo le niego con un gesto. Era la hora de la comunión. El pequeño cuarto iluminado por una luz santa: sin pecado concebida. Inicio de año, almas en pena. Queda solo el padre, atrapado entre dos puertas, a la espera de nuevos pecados. No es así. No le queda más que suspirar y persignarse tras agobiante jornada, quizá. Quizá sea la contraria. Apaga la luz (¿qué será de lo divino? ¿dormirá su celestial pecado?). No puede pasar ante el altar sin sentir pena de su sotana de perfidia y tentaciones concebidas: baja la cabeza a culpa de otros, esclavo de la maldad inconsciente y arrepentida, quizá. A cortos y lentos pasos piensa en la razón de todo esto, tras un sorbo de azufre comprimido. Para no ser una más de sus maldiciones bendecidas sólo me le quedo viendo para escribir luego esto que tal vez no tenga misericordia o inocencia alguna.