viernes, 31 de octubre de 2008

Y se fue octubre...

Aún sin sentir su presencia, octubre se escabullía entre las fechas de mi cuaderno, se mostraba frío en ocasiones, caluroso en otras. Octubre jugó con mi tiempo, pues creía que seguiría siendo el de siempre cuando cambia el horario (¡y me dicen que
ya es de invierno!) no me dí cuenta de lo que pasaba, siempre vestido a colores no muy claros, ni oscuros... crujían sus víctimas, las hojas, al ritmo de mis pasos apresurados, mientras el cielo se vestía de naranja y lila, haciéndome perder mi interés en la gente de afuera. Octubre acariciaba mi cara cada vez que no lo encontraba en mi calendario. Hasta que un día, el último, se puso un disfraz para que nadie lo reconociera en su falta... y se fue.

martes, 28 de octubre de 2008

Las luces y sus sombras

Es mi vista, no la oscuridad. Las luces se prenden en vano, la carretera sigue, los autos pierden su rumbo.

Veo a las sombras perseguirme con su niebla, es mi vista la que no capta sus movimientos y me pierdo una vez más entre las luces apagadas.

Son de colores, uno, dos, miles, nada. La carretera no tiene fin, ningún destino del que no podamos salvarnos.

Las sombras me abrazan entre las luces que se apagan. No siento el paso del auto en el que viajo, buscando la luz, sombras... nada.

lunes, 27 de octubre de 2008

El señor cuento

No vayas a agarrar las palabras de esa ensalada... (usted me roba la señal) la radio agonizaba en las últimas notas de aquella ridícula canción. No tenía noción alguna del tiempo, y la ensalada de letras perdía su frescura y ya se tornaban malas y poco nombrables. Olvidé mi mazapán entre la confusión y el encuentro de las últimas palabras que a la vez se perdían con la agonía de las notas al robarse el señor cuento la señal: "No vayas a agarrar las palabras..." me decía.

(Reflexión sobre las sopas de letras queriendo ser ensaladas... el señor cuento parecía estar cerca de resolver el misterio... ¿o pura confusión?)

Son seis días a la semana, seis mañanas, más de seis interrupciones y múltiples conversaciones pasadas (y por tanto, repetitivas). El mazapán deshecho en mi blusa, la radio hablando el idioma monstruo, el sol pegándome en la cara... El señor cuento ahí seguía, con su cachucha anaranjada y camisa a cuadros. Cada mañana llega ostentosamente a dar los buenos días y luego hace enfermar a la radio. Por ratitos se va y regresa, platica monótonamente o hace tribunal de justicia al llegar la dueña con su mata de molestas tentaciones. ¡Es tan frustrante cuando me llega la inspiración...! Lea, escriba o escuche boleros de antaño (con mi mazapán en la mano) empieza a hablar bajo cualquier pretexto. Algo atormentada y molesta (resignada más tarde) he de escucharlo y solidarizarme con las mismas ideas. Señor cuento: viejito plomero de camisa a cuadros y cachucha anaranjada; víctima de circunstancias impuestas por la vida y abandono irremediable de oportunidades maestras (aún así, el consuelo es que le llamen "maestro"). Enemigo de mis libros, trauma de mi pluma y hojas de papel, incomprendido mal de la radio y desvanecedor mágico de mazapanes. Su identidad secreta... (todo se sabe) y cuando me preguntan por él me dicen: "¡ah, qué parlanchín ¿verdad?!". No niego me ayuda bastante a ser un ociosa lectora (carrilla ya bautizada como la niña "estudiosa" o "la niña de los libros") (aunque luego se desquita, ya ven) ni tampoco niego extrañe algún día su hablar intermitente y preguntar: "¿hoy no vino Don Felipe...?".

jueves, 23 de octubre de 2008

Luna de octubre

Anoche contemplaba la vista de la cuidad. Era una oscuridad multicolor entre cerros de penumbra. Descubría apenas un misterio (la noche nunca quiso ser negra) cuando de pronto vi hacia la luna: era redonda, entre pálida y amarilla, con unas cuantas pecas en la cara de ojos cerrados. Siempre la espiaba... por ejemplo, sé que a veces le gusta voltear la mirada sin lograr ocultar su sonrisa arqueada. También sé que en ocasiones platica con la noche, que siempre tiene miedo a quedarse sola, por lo que la luna le presta su capa de estrellas cuando se va a dormir su
temporada. He escuchado que son más hermosas las lunas de octubre cuando caen las hojas de los árboles y se siente un ligero frescor en el aire. No lo sé, voy por la carretera viendo a través de la ventanilla tratando de oír la noche preguntar a la luna ¿qué pasaría si se extinguieran las luces y se perdiera la capa con las estrellas, quedándose sola? ¿se perdería entre la verdadera oscuridad? ¿nacería un nuevo día? Mientras la luna de octubre se preocupa sólo en seguir siendo bella...

Instrucciones para comer un mazapán

Primero debe asegurarse de que sea un mazapán íntegro, perfecto en su forma (si no desea pasar un blanco disgusto).
Luego, busque detenidamente el extremo negro de entre sus dobleces complicados.
Precaución:
No trate abrirlo sin el cuidado e importancia que requiere... ya que si no, Usted no sería digno de comerlo.
Ya abierto, tiene que estar el plástico perfectamente cuadrado y no circular (como aparenta) si no es así, sería preferible usar un mandil o algo.
Y, lo más importante: partirlo con suavidad y cariño, impidiendo que caiga ninguna migaja ni que sufra por su perfección prevista.
Se tiene que disfrutar sin ninguna prisa ni expectativas, uno va haciendo del mazapán sus propias ideas mientras se descubren los trocitos de cacahuate invisible (¿por qué no se verán...?).
Si se está leyendo en el momento, no se asuste al encontrarse con una rosa entre las palabras; aleje el mazapán a medio acabar de la página.
Es siempre recomendable tener una servilleta a la mano, y no rascarse la cabeza mientras tanto (o fallará en hacer creer a los demás que no tiene caspa).
Cuando termine y queden los trocitos sorpresa (por eso el cuidado) tome una de las esquinas y haga de lo demás una forma de taco, dirigiéndolo hacia su boca.
Listo... podrá reiniciar felizmente sus actividades. Pero... si ha ignorado todo esto, evite sonreír y caminar por la calle.
De otra manera, se reirán de Usted por no entender que ha hecho un mal consumo del mazapán, el cual contiene su arte y venganza sin que lo delate.

martes, 21 de octubre de 2008

Metamorfosis en un puesto de revistas

Con todo ese ruido en la calle y yo con mi radio, empanada de crema y libro en mano, no conseguía razón de seguir sin pensar alto o continuar la lectura casi gritando. Al principio creí que mi garganta ya no daba para más... cuando luego descubrí que me estaban robando las palabras.
Sentí miedo al ver hablar los periódicos, silbar las revistas, reír los dulces, cantar los gatos. La gente alcanzaba mejor entonación para los gemidos de su llanto al pregonar que la vida es bella poesía mientras todo se desvanecía a sus espaldas. Quieta, muda e inmóvil, quise escapar... y como encanto cruel me transformé en una mariposa, volando en el aire de mis pensamientos y melodías mientras abajo se perdía la voz y la ilusión, siendo yo un objeto sobrenatural de pequeñas alas después de haber indagado entre estanterías buscando un mejor mundo inventado y divina fantasía.

viernes, 17 de octubre de 2008

Las llaves

Se creen la entrada al cielo. Son tan obstinadas... que al momento de pasear por la calle suenan con ímpetu y travesura. Yo las conozco mejor que nadie (aunque ya todos las conozcan) reconozco su tintinear cuando están enojadas, apresuradas o tristes. Son tantas y de considerable peso, que sería el fin de la utilidad puertífera si se llegaran a perder. A veces ( no es envidia) creo que podrían tener la llave al cielo, pues hay ocasiones en que entre ellas se desconocen. Se visten de dorado y plata para mostrar su elegancia y figura (me causa risa sus enormes cabezas) y se adornan con grandes medallones. Ah, la vanidad de las llaves... en específico éstas. Cada mañana, mediodía y noche hay que preguntar por ellas (no pueden faltar a ninguna ocasión) y si no se pregunta por ellas, pierden su importancia. Ellas no, y es por ello la vanidad de su fama. Esas llaves no pierden detalle ni el interés de nadie. Mi interés ahora es: ¿realmente tendrán la llave al cielo...?.

No quiero...

No quiero escribir nada sin sentirlo. Acerca de la mariposa que se ha posado sobre mi hombro, causándome un impacto desagradable. No quiero decir algo, ni tampoco nada... como aquella vez en que daba vueltas en mi cabeza, sin saber qué decir. Sólo he recordado que tengo un papel y una pluma a mi mano. No quiero sentirme artista, ni poeta, ver al cielo y escribir de ello ahora, que está de un azul celeste, sin nubes que le adornen ni le manchen, y en las que quisiera dormir. No quiero hundirme en esta silla cómodamente con un papel y una pluma, ni hacer un cuento, recordando cosas que no quisiera sentir mientras tanto...

miércoles, 15 de octubre de 2008

Qué quisiera yo creer...

Me gustan esas falsedades plasmadas en el cielo cuando es de noche y espero la llegada de algo. Hasta me dan ganas de pedir deseos, mil, y evitar la caída de mi suelo. ¿Qué es una ilusión más en mi fracturado mundo? Vana fantasía que no puedo matar ni tampoco evadir... tan sólo alimentarla. Es como la trágica historia en la cual el loco culpa al demente, éste al incoherente, el incoherente al inconsciente. En fin... todos acaban con la misma culpa bajo los mismos defectos, ¿qué soy yo queriendo soñar? Me gustan esas falsedades plasmadas en el cielo cuando es de noche, y los relatos de locura y fantasía.

sábado, 11 de octubre de 2008

El mar del silencio

El tono del cielo, aquel día de nostalgia y preocupaciones era de un divino azul y un fulminante lila, quizá. Andaba por la calle en busca de la salvación sin cargos, una salvación plena en la que me abrazara la gloria que tanto espero. Un extraño ruido, agresivo, sublime, me llamaba desde mi recóndita alma: eran las olas que azotaban su existencia contra el muro del mundo que tanto evitaba. Estaba muy cansado, y decidí protegerme del esplendoroso abismo con la sombra de un árbol. Sentado, descansando de las intrigas y dejando de lado el calentador, me puse a escuchar el silencio de las olas. Me llamaban, me confundían: ¿quién era yo ante esta inmensidad? ¿qué hago aquí, dentro de la guerra, estando la profundidad de la calma a mi lado?. Una pregunta, dos, fueron suficientes para meterme al mar con mis pensamientos; mi cuerpo se quedó ahí afuera, bajo el árbol. En un principio nadaba entre la esperanza y el silencio en mi búsqueda. Sólo seguía el rayo de luz que se proyectaba desde arriba, donde ardía el fuego de la maldad emanando humo de los inocentes que aún no encontraban el camino hacia el mar. En un principio sentí pena de no regresar y seguir nadando, al final acabé entregándome a los brazos del perdón y del olvido. Mi cuerpo lo encontraron convertido en pasto y el calentador plantado.

*Basado en una anécdota de un esperanzado anciano que caminaba por la playa con un calentador automático en la espalda.

El camión solitario y el viaje de la infancia

Anoche subí al camión solitario. La música había abandonado las bocinas y olvidado sus mejores letras vulgares. Aquella tarde había sido de enojos, frustraciones, e incluso lamentos; no quería preguntas de nadie ni tampoco asombros inesperados que me provocaran auto compasión... sólo quería ver hacia el cielo. Se había oscurecido el ambiente y aproveché el descuido de todos para escapar a paso rápido, ya me voy... me fui. Entre las ramitas apenas se escuchaba el murmullo de las voces en la lejana celebración. Más tarde habría de ser la protagonista, por el momento ya me quería ir. En aquella parada bajo el puente, tomé el camión solitario: la gente permanecía sentada compartiendo el lugar con la soledad y su silencio; los foquitos que se prendían y se apagaban iluminaban la oscuridad. Era un fúnebre camioncito con traje de fiesta. En algún momento, ya transcurrida la tarde (cuando la pereza se había aliado en aquella infestuosidad) presencié el nacimiento y presentación de un nuevo poemario inspirado en la trágica pero divertida Tijuana, donde las ratas se volvían caníbales y se compartía una extraña inspiración de poesía y aventura en las habitaciones de cada motel de la Coahuila (la voz de aquel poeta transmitía sus vividas experiencias o su buena interpretación inventada). Veía por la ventana el lento caminar de las personas, la alegre mesa de algún café, la miseria acurrucada entre periódicos, protegiéndose del frío rincón desgraciado. Se detuvo el camión. La inocencia disfrazada de malicia empezó a ocupar los lugares de atrás. Niños de la primaria (quizá secundaria... espero) agresivos y mal hablados, comenzaron a asomar sus cabezas por la pequeñas ventanas sin temor de algún peligroso frenón, no viendo más allá de lo que sus ojos podían ni haciendo caso de lo que sus corazones decían; simplemente se burlaban de aquellos quienes se encontraran a su paso, o es que era tal su juvenil alegría que era imposible dejarla encerrada. No lo entendía. Llegó a mí el recuerdo de la playa y los paseos por la arena en la que dejábamos las huellas de nuestros pies pequeños que tantas veces habían danzado los inocentes juegos de rondas, y nuestras manos, que con la misma arena, eran capaces de construir castillos y fáciles sueños imposibles, recogían conchitas que más tarde serían el recuerdo sostenido en nuestras manos traviesas, que, con gises de colores hacíamos un bonito bebeleche en el patio de la casa. Llegó a mi olfato el aroma de la brisa que tanto nos gustaba, y para entonces aquellos niños se habían ido, y con ellos, el último recuerdo. Solamente esperé que tú también recordaras el aroma de la brisa de nuestra infancia, que reflejada por la ventana del camión solitario, hubo de inspirarme cierta nostalgia al regreso a casa de la universidad a la que vamos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Lágrimas de tinta

Caminé algunos instantes entre esos recuerdos y mi vida que seguía. Trataba de encontrar algún tesoro perdido en el camino, y sólo me encontré con todos esos papeles en los que yo escribía mis dudas y reclamos. No hallé la alegría, sólo lágrimas de tinta que se iban dibujando por mi cara, inmortales, eternas. Mi juventud se perdía entre esas palabras, oscilando entre la vejez y la muerte, marcando fuertemente las tenues líneas que dictaban mis plegarias ante el extraño temor de seguir existiendo y no existir más. Siempre juiciosa ante el espejo, a la callada sombra y al indomable tiempo. Con lágrimas de tinta lograba todo, mi perdición, pidiendo piedad a la esperanza y desgarradora voluntad a este cuerpo porque se siga moviendo a través de mi pantano existencial. Ya no veo más, me pierdo ante el misterio del tesoro divino; son tantas lágrimas... que la tinta ha llegado hasta mi garganta, perdiendo la voz, la cara, el olfato, y momentos antes de perder mis ojos, escribo mi última lágrima de tinta: escribir es nuestra última esperanza de seguir existiendo.

La marcha del silencio

Llegamos a la blanca torre replicada, entre el pasto y los árboles. La gente hablaba entre sí, sostenían las mantas y defendían sus causas de ser. Habían pasado cuarenta años de lo sucedido, y estábamos ahí, como almas en protesta. Un altavoz, danza y tambores. Coloridos trajes y otros fúnebres hacían de la congregación una visible presencia a pesar de la minoría. Avanzamos, y de ahí no hubo quien nos detuviera. Se alzaron las voces, cámara y presencia durante el transcurso de nuestros pasos. Ella iba a mi lado, hablaba y medio se deshacía mientras el coro seguía: "si no hay solución, habrá revolución". Yo permanecía callada, feliz (quizá a veces me reía de ella), y miraba hacia la nada. No eramos nada, sólo voces, pasos y mantas que recorrían calles en señal de vida y muerte, mientras las curiosas, molestas y extrañas miradas nos perseguían desde afuera, sin escucharnos, tratando de encontrarnos con lentes oscuros. Veía hacia esa carretera limitada, el vuelo de las aves, la tonalidad del cielo. "¡Alcen las voces!" ¿Seremos escuchados? ¿un vago recuerdo? No pensé en más al ver la calma, sólo veía la esperanza, el pasar del tiempo que nos hace decir después de aquellos años y una circunstancia, varias, que: "2 de octubre, ni perdón ni olvido". Entonces me sentí asesinada por el recuerdo no vivido, reencarnando en otro ser, protestando por el olvido y el seguir de la injusticia.