sábado, 27 de septiembre de 2008

A base de nada y de algo...

Preguntarme cómo sería la vida siendo una manecilla de reloj, no teniendo ese poder de manejar el tiempo, sino sólo seguir su ritmo inalterado, inevitable. Pero, por qué preguntarlo si la vida sigue igual todos los días... respiramos, cometemos ingenuidades, algunos logros, y expiramos. Qué otra cosa. Claro, no dejaré de lado el paraíso inventado y a veces pisado en forma concreta del cual agradecemos un buen motivo de haber vivido no injustamente como ahora, queriendo ser una manecilla para no morir paralíticamente teniendo sanas las piernas. Tampoco he de dejar de lado esa cárcel del sufrimiento que nos hace pensar de la manera más penosa y absurda, existencialista, e incluso filosófica. Esa de la cual gozamos escuchar el metálico ruido de las cadenas, de los barrotes que nos privan de ser, teniendo la llave, o condenados así, por la propia ley de la vida. Preguntarme qué sería el ser sin serlo, sentirme un animal, sin olfato ni sentido, lleno de nada, dispuesta a agredir lo que no conozco. Preguntarme mejor por qué estoy escribiendo esto... si veo al tiempo tomar sus propias circunstancias, sometidos todos a la vida y su ritmo, sin tener que preguntarnos por qué... me he transformado en un objeto, nada más.

viernes, 26 de septiembre de 2008

La amarga mañana de ayer y siempre (sólo porque sí...)

Cada amarga mañana en que, sonando alegre la radio, el gato maullando al fin después de su eternidad en sueño y el sol anunciando lo esplendoroso de la vida (muertes, abrazos, traiciones...) he de escuchar el amargo reclamo de lo sufrible, lo inevitable. Sin embargo, he de seguir adelante sin derramar la esperanza por el suelo dejando que alguien la tome y no desee ser un objeto movible y sin vida. Cada mañana, cuando avanzo hacia algún destino me digo: "Por favor, ¡que sea el cielo!" y no, me topo con el limbo, conversando un rato, viendo su indescriptible cara, tratando de hallar rumbo. Ya, resignada a descubrir la triste verdad de aquel ser que no me inspira a nada, me dejo caer... un metro, dos, algunos pasos, pierdo el infierno no correspondido y llego a un asiento único dentro de un anaranjado lugar... entonces me pongo a pensar de nueva cuenta en lo que ha sido la vida durante el transcurso de la mañana. Para entonces ya es el mediodía... ¿he de ir a buscar más allá de aquella calle...?. No, mejor recuerdo las gloriosas tardes en que sentada en el pasto olvido el resto de todo. Llegada la noche me basta esperar otra amarga mañana...

jueves, 25 de septiembre de 2008

El ritmo del silencio cuando habla

Una voz, dos voces, miles... y sólo corresponden a unas cuantas. En medio del silencio (pues nada lograba entender) creía vivir sus historias: Hacía un viaje en paracaídas mientras el cielo se tornaba lila. No volaba, sólo liberaba mis sueños. Un callejón iluminado sin salida, al encuentro de fatales verdades sin tragedia. Atravesar de una puerta a otra y encontrar lo mismo, sólo que en distintas tonalidades: un circo en cual se burlan de uno en la cara sin padecer alguna indiferencia, ser sólo espectador. Una voz, dos voces, pocas. El contar los segundos para acabar... menos un minuto, silencio. Y entonces comencé a hablar... en medio de un laberinto de puertas.

Cuando se atropellan las ideas...

A paso lento, caminando por la acera, distinguiendo las distintas tonalidades de gris en el cielo, viendo no más que las tristes caras de todos en esa nostálgica nubosidad. No pensaba nada serio, sólo veía hacia el cielo, el pausado paso de los demás, y la sorpresiva rapidez con la que luego perdían las ideas, el piso de cemento , el aparente mundo en el que creían caminar. No hubo día, sólo visiones: veía sonrisa en los oscuros cristales y duda en el tenue sol. Acabo esa calle, llego a la esquina donde las ideas son respondidas. Una visión más. El semáforo en verde, el cruzar de las personas... algo extraordinariamente atroz sucedía: la gente se iba, se entregaba a los autos, indiferentes, aferrados a sus destinos... esperando llegar al final de la carretera. Un enfoque fuera del cielo, las sonrisas y la duda. ¿Sería el fin de mi trayecto? y me quedé ahí, parada en la esquina, pensando.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Simplemente no tenía nada...

Tengo un plato sucio desde la mañana,
y un sueño desde hace un momento en que nací.
Y sin embargo,
no tengo motivos para escribir.
Poseo el aire que respiro por mi nariz,
el que acaricia mi pelo,
y el aire de que me gusta escribir.
Aún sí, sigo sin esperanzas.
Se me han ido de las manos las ideas,
el porvenir....
Se me ha borrado la razón.
Sin importar nada,
(patéticamente prosigo) 
Tengo una gata que ha nacido de la noche,
y otra que nació de las nubes.
Y sin lograr nada, exhalo un suspiro.
Tengo un plato,
un sueño,
aire y gatas.
No tengo motivos,
ideas,
porvenir
o razón.
Pero al menos escribí algo...

Miedo a no sentir nada

Hace días que no siento mi cara. Ya no me da esa frecuente rasquera en la frente ni en la quijada. Es raro. A veces siento ganas de desgarrarme el rostro, pero me pregunto: ¿qué habrá entre la sangre? ¿la he de sentir? y me enojo con la idea que ni desfigurándome la cara sabré si la sienta aún. Quiero rascarme. Ultimamente tampoco siento mi cuerpo, ni los múltiples piquetes de mosquito que tanto me molestaban. (Raro... insisto). Ya no me molesta la tela fibrosa de aquella blusa que me gusta (y que ya no la uso), y me sigue enojando desesperadamente no saber por qué. Miro como culpable al espejo, (él ha de saber algo) nada... ¿es que se ha hecho frágil mi cuerpo? Ese día incluso temí en salir a la calle. No sentía nada, sólo miedo, y mi cuerpo seguía igual. Caminé unas cuantas cuadras... a cada paso (sin sentirlo) se iban por el aire fragmentos de mi cuerpo, y, antes de desaparecer mi cara sentí el fluir de mi sangre, algo significaba... mis ojos buscaron mi cuerpo y con espanto y sorpresa, desaparecí. Es el aire el que da testimonio de ello, cada vez que sopla al oído de alguien, cuando susurro la últimas preguntas: ¿puedes ver mi cara? ¿volar conmigo...?

sábado, 6 de septiembre de 2008

El pequeño teatro de la oscuridad

Al llegar, la gente esperaba paciente ante el silencio del fuego, el sonar de las maracas y el rugir de los árboles. Observábamos hacia ninguna parte, a las furiosas chispas, quizá, a la tierra. Escuchaba. Alguien tocaba por la ventana, rítmicamente, desesperada; no era alguien... no era una ventana, era un tambor con muchos demonios y esperanzas dentro, queriendo salir, ser, tocando en un mismo ritmo inalterado. Algo había en ese fuego que se hacía invisible ante mis ojos... transcurrieron los murmullos, las preguntas, y todos entramos ahí, besando el suelo, venerando la tierra, la oscuridad.
Las voces profetizaban el nuevo encuentro y un viejo espejo que ha de ser destrozado. Sonaba escandalosa la noche mientras permanecíamos ahí sentados sobre la tierra, y hubo de entrar el misterio en brazos de aquel profeta: una flamante roca en fuego que enmanaba calor y sorpresa, que luego iría a ser depositada en el vientre abierto de la tierra, dándole la bienvenida. Una tras otra llegaba, hasta ser un número determinado, echando sobre sí chorros de agua medicinal, que más bien sentía muy en lo profundo que ésas eran nuestras lágrimas robadas (sin saberlo, sospechando, sintiendo) lágrimas sin vapor que luego serían el único aire por respirar, como una especie de placentero masoquismo. Seguía sonando la noche, la conciencia hablando, mostrándose en el sudor, el despertar dormido... (y para mí todo seguía siendo ruido). Las lágrimas medicinales despedían culpa, intriga, inconsciencia; sueño.
Habríamos de dormir despiertos para poder escuchar nuestros demonios en aquellos tambores, soñar la vida transcurrida y el fatal fin que le seguía, dicho así en aquellos aullidos de dolor y de espanto (era la alegría de los demonios liberados) que hacían de nuestro interior un teatro sin salida, hasta haber despertado la faltada esperanza escondida.
Era la noche anterior a mi cumpleaños... silencio.

Recuerdos de tú, inocencia

Con fecha de... año tal... iniciando en un mes de febrero, pongámoslo así... (habrás de recordarlo por mí) días nublados y una lluvia a cascadas después de tres días de similitudes (ésa nube parece de lluvia, parece tu cara) y un paraguas defectuoso siendo día de fiesta con una rosa en la mano y un maletín en la otra (no faltó un abrazo antes, el primero) y una chamarra café, cuyo aroma llamaba a todos los olfatos. Una historia gobernada por el mal tramando ser todo un encanto (oh sí, quién la quería a ella) silencio. Absurda conversación sobre nada (has de recordarlas) para luego volverlo una consulta médica: sí, era un paro cardíaco, no lo sabía hasta entonces. Silencio. ¿He muerto? ¿Te has enterrado por mí y ahí me dejaste? . . . Listado: una servilleta de una galleta compartida con un chocolate caliente (la lluvia se había vuelto nuestro baño). Un vaso desechable tras una tarde por la carretera, fotos de unos cumpleaños (¡mi cara...!) seis abrazos, buenos deseos, un temor y un adiós. Habré de recordar más. Un intento... Silencio, inocencia.