miércoles, 10 de diciembre de 2008

Nueve de diciembre

Alguien me dijo en tu lugar que yo no dejase de escribir, que retomara el libro perdido cuyos primeros dos capítulos he arrojado a la basura. En tu lugar permanecías sentado, sin espiar a ningún lado, mientras en mí un torrente me ahogaba, queriéndote gritar lo siento estar ahí. Permanecí un largo momento disfrazado de eternidad, doña espera no llegaba y yo dejaba de respirar. Sí, me viste ahí afuera, quizá pensaste lo acertado; unos claveles en mis manos, envueltos en papel clasificado. Sí, el parecido a uno de cierta carta (otra) que silencio tuvo de infeliz respuesta. Sólo un saludo sin escapatoria, pues te impedí poderte ir. Un clavel era para ti, después de algunas flores marchitas que te dí. La verdad era que ¿qué importaba mi sentir? los años no eran altos para pequeño vivir feliz. Pequeño digo, no soy persona diaria; hay días en que me decido seriamente el dejar de vivir.
Nueve de diciembre, no se escuchaba mal. Cicatrices en mi cara, el rastro de mis secas lágrimas agridulces vueltas lodo por el aire acompañado de su tierra el porvenir. ¿Qué destino me traía? Pronto salí de ahí y me encontré al deseo en mi camino. Deseé olvidar tu indiferencia y ese tiempo en que viví por ti, deseé una balsa en mi cabeza, que mis recuerdos se iban naufragando entre penas y su fin. Deseé un momento más a tu lado, oh aureola perdida de cielo sin existir. Deseé llegar a algún destino, y que tú fueras feliz. Hoy es diez de diciembre, y creo que el nombre no me gusta tanto como el que tú me has hecho escribir en mi viejo capítulo olvidado, en cierta parte de mi ser que un nueve de diciembre ha recordado esperando más capítulos por escribir.

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