martes, 2 de noviembre de 2010

A ella

Nunca antes había percibido abrazo alguno y disimulado de la muerte. En días como hoy tan sólo sabía que la tradición era celebrar a los difuntos, desconocidos la mayoría de ellos para mí, ya que aquellos que resultaban conocidos (sea familiares o amigos) me parecían un recuerdo que se manifestaba alegre al regresar en su compañía, en el pasado. Pero hoy es inciertamente lo contrario. Desde ayer que la recuerdo a ella, y no es que no la hubiese pensado antes. Es extraño saber que tengo una ofrenda a su memoria, y ya no pueda compartirla... Una taza de café, un pan dulce o escuchar la radio en las mañanas. Ahora triste sorbo de la taza y saboreo amargo las migajas. Pero sé que no ha de ser así, que no le habría gustado la idea de saber tales cosas que no se hicieron sino para ser disfrutadas. Aun así, espero desde lejos sepa que la extraño, pero que no me venga a jalar las patas. Creo que soñé con dicha promesa, o alguna vez nos llegó con la amenaza.

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