viernes, 10 de diciembre de 2010

Café acuarela

Quiero una sobredosis de café. He descubierto que tomándolo aprisa sabe mejor, se siente adherido a la garganta, suave y amargo. No sé si lo triste sea que no me provoque una aceleración masiva como suelen decir algunos que les pasa. Quiero que en este lugar las cosas giren, que yo tenga la capacidad de dar vueltas sin siquiera notarlo, pensar que el mundo es el que gira para mí y no sentir esa náusea natural al percibir tal adrenalina que engaña y se vuelve en contra. Porque cuando las cosas giran, a veces es para causar daño, el mundo hiere al pasar de dicha manera. Y es que ya me aturde la quietud tan cerrada de este lugar, el cruzar una y otra vez de una posición a otra sin más cambio que el que sucede afuera. Es como si estuviera atada de una cuerda a la medida exacta de los pasos, con los ojos sujetos de arriba hacia abajo para apreciarlo mejor. Pero el café me reconforta, es una gracia que permanece oscura y se extingue para volverse luz dentro. Y a esto, ya quisiera romper tazas con café para navegar en este lugar y encontrar vasos perdidos hacía tiempo, alfileres y tal vez una que otra moneda... Ir tomando café en la travesía; la cuerda es suficientemente larga. Claro, haciendo referencia a un cuento del que casualmente me acordé. Lo que me preocupa es que yo misma termine con el encanto y reviente. No sé, la única ventaja que me llevo de esta mañana es todo esto que en parte imaginé y siento. Ya casi se termina la taza, he de volver a la realidad.

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