viernes, 21 de enero de 2011

Calles y cosas

Al salir, una vez más caminé por esas calles de siempre. No supe si juzgarlo, ¿qué sería de mí si un día que salga nuevamente encuentre toda esa rutina transformada? Las calles terminan por serlo, por algo conforman los espacios de nuestra vida diaria. Pero, a veces quisiera perderme en un súbito laberinto donde nadie me encuentre ni me juzgue con la mirada. Hoy me hallé en esta contradicción. Al querer persuadirme de mi soledad encontré a un señor que veía hacia un avión, su mirada era tan lejana como éste, tal vez incluso se hallaba sentado en algún lugar dentro y acompañado de alguien que sí lo estaba. Me causó nostalgia verlo, y sorpresa de no ser la única en su estado. El mundo seguía alrededor, yo lo seguí. Más adelante, me topé nuevamente con el muchacho que cada fin de semana vende en suma confianza sus dulces, si no es que pide dinero. Consideré darle lo justo y preguntarle para qué lo requería, sucede que responde y me expone sus grandes ambiciones. Me convenció, cambiamos rumbos. No apenas había puesto un pie adelante y pasa de largo uno de esos hombres cuya vida consiste en decir cosas extrañas a oídos de cuanta fémina se le cruce. Hasta eso, no fue del todo indiscreto y también comprendí su vida. Estamos solos. La diferencia es que yo me quedo callada e indiferente. Fui por un lado de la calle, regresé la mitad de la otra, y seguí el resto en la que estaba. Ahí seguía el hombre con la mirada perdida. Ya no supe si comprenderle o ignorarlo. Seguí. Tal vez si no ocurrieran estas pequeñas cosas, que uno juzgue a los demás o los demás recurran a uno por solidaridad, me decidiera a ser totalmente ermitaña. La frecuencia de las calles lo impide, pero a veces es todo lo contrario. Ya no sé.

No hay comentarios: