jueves, 15 de enero de 2009

El amargo sabor del café...

Es como si se pudiera beber la vida: amarga y placentera a la vez. Inhalar la líquida semilla, perdida con el último pensamiento masoquista: poder ser café. ¿Por qué, si habremos de ser consumados? Desaparecer como un frasco estrellado en mil fragmentos, una taza cuyo arte se ha esfumado por un descuido improvisado. Ser la vida al ritmo del incienso, detener palabras por un instante, mirar atento la confusa cara de aquel que se encuentra en el fondo de la misma taza. Primero se sorbe la vida, se piensa en el mejor intento, y luego... todo se evapora en mil pedazos.

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