miércoles, 14 de enero de 2009

Y allá va, sola, la estúpida perra caminando

Una de esas noches de malestar, se me fue encomendada la tarea de encontrar la medicina al dolor. Tomé por guardias al perro y a la perra, en espera de derrotar al mal en inadvertido encuentro. Caminando por la cálida y engañosa acera íbamos los diez pares de pies entre la noche oscura. Se iluminaban como ráfagas curiosas las luces de los carros al irse por la infinita carretera. Cruzamos calles, y un parque. El parque bastó para terminar con aquel encanto que hasta entonces me inspiraba. El par de canes se arrojaron al frío pasto, en amante caricia traicionera. Una debilidad más, engendrada en lo profundo de mi retina: ver todo borroso al caer la tarde. Los busqué tras concluir el encuentro de la cura encomendada, indefensa ante el mal inadvertido. Tras resignarme a la derrota ante todo mal indicio, a lentos pasos salí de la espesura. Y allí la vi, y allá va sola, la estúpida perra al terminar la calle. La maldigo con tanto cariño comprimido, que en ese instante la furia apagaba todo candor. Llego a la puerta del dolor oculto, y él está sentado, en sus cuarto patas, con culpa y desahogo de encontrarme. Doy fin a la tarea, y ahora me encuentro aquí, recordando cada instante en que sufría.

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