viernes, 2 de enero de 2009

El confesor

Está el padre en el confesionario de sombrío pasillo. Ella me susurra al oído: "confiésate" y yo le niego con un gesto. Era la hora de la comunión. El pequeño cuarto iluminado por una luz santa: sin pecado concebida. Inicio de año, almas en pena. Queda solo el padre, atrapado entre dos puertas, a la espera de nuevos pecados. No es así. No le queda más que suspirar y persignarse tras agobiante jornada, quizá. Quizá sea la contraria. Apaga la luz (¿qué será de lo divino? ¿dormirá su celestial pecado?). No puede pasar ante el altar sin sentir pena de su sotana de perfidia y tentaciones concebidas: baja la cabeza a culpa de otros, esclavo de la maldad inconsciente y arrepentida, quizá. A cortos y lentos pasos piensa en la razón de todo esto, tras un sorbo de azufre comprimido. Para no ser una más de sus maldiciones bendecidas sólo me le quedo viendo para escribir luego esto que tal vez no tenga misericordia o inocencia alguna.

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