sábado, 11 de octubre de 2008

El camión solitario y el viaje de la infancia

Anoche subí al camión solitario. La música había abandonado las bocinas y olvidado sus mejores letras vulgares. Aquella tarde había sido de enojos, frustraciones, e incluso lamentos; no quería preguntas de nadie ni tampoco asombros inesperados que me provocaran auto compasión... sólo quería ver hacia el cielo. Se había oscurecido el ambiente y aproveché el descuido de todos para escapar a paso rápido, ya me voy... me fui. Entre las ramitas apenas se escuchaba el murmullo de las voces en la lejana celebración. Más tarde habría de ser la protagonista, por el momento ya me quería ir. En aquella parada bajo el puente, tomé el camión solitario: la gente permanecía sentada compartiendo el lugar con la soledad y su silencio; los foquitos que se prendían y se apagaban iluminaban la oscuridad. Era un fúnebre camioncito con traje de fiesta. En algún momento, ya transcurrida la tarde (cuando la pereza se había aliado en aquella infestuosidad) presencié el nacimiento y presentación de un nuevo poemario inspirado en la trágica pero divertida Tijuana, donde las ratas se volvían caníbales y se compartía una extraña inspiración de poesía y aventura en las habitaciones de cada motel de la Coahuila (la voz de aquel poeta transmitía sus vividas experiencias o su buena interpretación inventada). Veía por la ventana el lento caminar de las personas, la alegre mesa de algún café, la miseria acurrucada entre periódicos, protegiéndose del frío rincón desgraciado. Se detuvo el camión. La inocencia disfrazada de malicia empezó a ocupar los lugares de atrás. Niños de la primaria (quizá secundaria... espero) agresivos y mal hablados, comenzaron a asomar sus cabezas por la pequeñas ventanas sin temor de algún peligroso frenón, no viendo más allá de lo que sus ojos podían ni haciendo caso de lo que sus corazones decían; simplemente se burlaban de aquellos quienes se encontraran a su paso, o es que era tal su juvenil alegría que era imposible dejarla encerrada. No lo entendía. Llegó a mí el recuerdo de la playa y los paseos por la arena en la que dejábamos las huellas de nuestros pies pequeños que tantas veces habían danzado los inocentes juegos de rondas, y nuestras manos, que con la misma arena, eran capaces de construir castillos y fáciles sueños imposibles, recogían conchitas que más tarde serían el recuerdo sostenido en nuestras manos traviesas, que, con gises de colores hacíamos un bonito bebeleche en el patio de la casa. Llegó a mi olfato el aroma de la brisa que tanto nos gustaba, y para entonces aquellos niños se habían ido, y con ellos, el último recuerdo. Solamente esperé que tú también recordaras el aroma de la brisa de nuestra infancia, que reflejada por la ventana del camión solitario, hubo de inspirarme cierta nostalgia al regreso a casa de la universidad a la que vamos.

1 comentario:

Rogelio Carrillo Tiznado dijo...

Vaya que eres buena, te felicito!
Y sobre de quien me viera con un blog jajajaja, ya sabes que eso no es lo mío, solo lo hice por que me lo pidieron en la escuela.
Espero y sigas pasando y comentando en mi blog.
Me despido y espero que te siga yendo muy bien adiós!!!