miércoles, 8 de octubre de 2008

La marcha del silencio

Llegamos a la blanca torre replicada, entre el pasto y los árboles. La gente hablaba entre sí, sostenían las mantas y defendían sus causas de ser. Habían pasado cuarenta años de lo sucedido, y estábamos ahí, como almas en protesta. Un altavoz, danza y tambores. Coloridos trajes y otros fúnebres hacían de la congregación una visible presencia a pesar de la minoría. Avanzamos, y de ahí no hubo quien nos detuviera. Se alzaron las voces, cámara y presencia durante el transcurso de nuestros pasos. Ella iba a mi lado, hablaba y medio se deshacía mientras el coro seguía: "si no hay solución, habrá revolución". Yo permanecía callada, feliz (quizá a veces me reía de ella), y miraba hacia la nada. No eramos nada, sólo voces, pasos y mantas que recorrían calles en señal de vida y muerte, mientras las curiosas, molestas y extrañas miradas nos perseguían desde afuera, sin escucharnos, tratando de encontrarnos con lentes oscuros. Veía hacia esa carretera limitada, el vuelo de las aves, la tonalidad del cielo. "¡Alcen las voces!" ¿Seremos escuchados? ¿un vago recuerdo? No pensé en más al ver la calma, sólo veía la esperanza, el pasar del tiempo que nos hace decir después de aquellos años y una circunstancia, varias, que: "2 de octubre, ni perdón ni olvido". Entonces me sentí asesinada por el recuerdo no vivido, reencarnando en otro ser, protestando por el olvido y el seguir de la injusticia.

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